Amelia García (Valverdón, Salamanca, 1944)

DIÁLOGOS
DE BARRO Y
BRONCE

Por: Roberto J. Barroso

Amelia García bien podría apellidarse Valverdón pues siempre ha mantenido consciente su cuna en ese pueblo salmantino que la vio nacer en plena posguerra —1944–, en el seno de una familia de labradores. De mirada viva y naturaleza fuerte y apasionada como la tierra castellana, la joven Amelia no se postra ante las dificultades y las injusticias sociales de su tiempo y comienza su lucha personal teniendo claro que solo la formación y la profesionalización le permitirán recorrer los caminos que ella anhela, dejando atrás las composturas sociales, la lucha en soledad y la resignación de haber nacido mujer en una época en la que la igualdad de oportunidades aún era utopía. Siguiendo el plan trazado en su mente, con valentía, ilusión y raciones extra de fuerza interior, el inicio de su formación comienza tardíamente en la década de los sesenta con los estudios de Diseño de Interiores y Cerámica en Salamanca y su contacto con el pintor y docente Álvarez del Manzano, pionero de la pedagogía de la libertad que intenta despertar en sus alumnos la curiosidad y el espíritu crítico ante el mundo que les rodea. Es en la Universidad de Salamanca, ciudad histórica, cultural y universitaria de sobrada fama mundial y grandes pioneras, donde años más tarde Amelia estudió Bellas Artes, doctorándose gracias a la tesis titulada La obra de Jaime Mir en el contexto de la escultura anatómica figurativa.

Con los años, Amelia ha vuelto a Valverdón, para establecer allí su vida y su taller, tras haber pasado intensos años en Mallorca como profesora de Cerámica en l`Escola Superior de Disseny de Palma de 1979 a 2012. También fue directora de este mismo centro entre los años 1987 y 1990. A la par y durante largos años dedicada a la enseñanza, ha desarrollado proyectos de diseño, grabado y pintura, y comisariado y participado en numerosas exposiciones artísticas, propias y ajenas, individuales y colectivas. Entre otros logros, a ella le debe el sistema educativo español el currículum de Teoría del color, confeccionado en tándem con Amalia Bernabé para las Escuelas de Artes. Actualmente se dedica por entero a la escultura y su obra puede admirarse en instituciones públicas y en colecciones privadas de numerosas ciudades y pueblos de la geografía española así como en Puerto Rico, Italia, Alemania o EEUU.

Tres vasijas de barro refractario en tonos rojizos.

primeras obras de torno

Los comienzos de la carrera artística de Amelia García o etapa del torno, como ella misma la denomina, estuvieron muy influenciados por la cerámica de formas puras y marcado carácter conceptual de los artistas catalanes Antoni Cumella y Josep Llorens i Artigas, así como del alfarero japonés Shōji Hamada y del inglés Bernard Leach, pionero en el desarrollo de las nuevas tendencias niponas en la cerámica europea de comienzos del siglo XX. Con estas referencias formales e intelectuales comienza a indagar las posibilidades del volumen, del hueco y del vacío y, sobre todo, del esmaltado que le ofrece el barro; así como el juego de las tonalidades vítreas y herrumbrosas resultantes tras pasar las piezas por el fuego y que confieren relieve visual a cada una de ellas. También es en esta época, cuando Amelia investiga la deconstrucción de los contornos, buscando perfiles asimétricos de vivas curvas desiguales y jugando con el desplazamiento de los volúmenes, sutiles y rotundos a un mismo ritmo.

Bandeja con manzanas de barro.

ejemplo de ataifor vegetal

Siguiendo el mismo camino de su admirado Joan Miró, que decía haber llegado a la escultura a través de la artesanía, con el paso del tiempo estas piezas cerámicas de naturaleza utilitaria van transformándose en objetos escultóricos y desembocarán en la década de los noventa en la producción de una pieza singular y misteriosa a partes iguales: el ataifor, especialidad árabe llegada a la península Ibérica durante la Edad Media y convertida después en pieza habitual de las vajillas hispanomusulmanas. En un mismo volumen se funden los cuencos de barro con pigmentos multicolores —donde aparece por primera vez la representación de la figura humana en la obra de Amelia– y con formas simbólicas en ocasiones de apariencia vegetal (flores, manzanas…). El resultado es una suerte de bodegones tridimensionales de clara tradición barroca y evocaciones andalusíes.

Esta vía de crecimiento de su etapa ceramista tiene su punto álgido en la instalación Comunicación, sustentada en el diálogo del ser humano alrededor de una mesa en un instante de relajación y paz. Otra de sus piezas destacadas será el Juego de mesa con el que obtiene la beca de la Fundación Pilar y Joan Miró en dos convocatorias consecutivas, 1996 y 1997. Dos años después, las salas de la institución mallorquina acogerán la exposición Ataifor, muestra que giraba en torno a la silueta redondeada del plato —y del antiplato, de naturaleza poco o nada utilitaria– como elemento de comunicación y excusa de diálogo y acercamiento entre las gentes.

grupo de estelas

A partir de los años ochenta y anterior al desarrollo del ataifor hacia terrenos más escultóricos, Amelia investiga la abstracción y el binomio lleno-vacío en sus series de estelas y tótems. Si un viaje a México y el disfrute en vivo del arte precolombino sirven como excusa para indagar en el concepto de la estela, el conjunto de tótems que conforman Tauromaquia analiza la figura del toro como ser divino a través de la historia. El mito del Minotauro, los toros de Costitx de Mallorca, los verracos vetones de su infancia e, incluso, las taulas menorquinas —que aun siendo mesas rituales podrían representar la cabeza de un toro dentro de la teoría del historiador Mascaró Passarius–, son solo algunos de sus puntos de referencia. El conjunto de estas piezas busca el esquematismo y la síntesis de la forma —apoyándose una vez más en las teorías suprematistas de Malevich–, la austeridad de la silueta y la verticalidad en el movimiento sugerido. Las formas intentan envestir el arriba con astas primitivas y cuernos solares y los volúmenes giran tenuemente, dejando un espacio de vacío concéntrico que conforma el derredor y deja fluir el aire sin aspavientos, sin romperlo, fluyendo con él. Las búsquedas de la verticalidad y de la solemnidad ritual serán desde este momento dos de las constantes en el desarrollo de la obra de la artista salmantina.

Cinco esculturas de barro de diferentes dimensiones.

bocetos de las primeras «donas»

En los inicios de lo que podríamos considerar su tercera etapa o etapa de madurez (finales de la década de los noventa y comienzos de los dos mil) asistimos a dos cambios sustanciales en la obra de Amelia, por un lado el aumento de las formas figurativas, con la representación de las primeras donas o figuras femeninas con forma de uso, y por otro la adopción de un nuevo material en su proyecto artístico: el bronce. Gran parte de la producción estatuaria de esta época la conforman figuras concebidas en cerámica que, según palabras de la autora, es por su naturaleza prácticamente indestructible el material fundamental del que se sirven los arqueólogos para el estudio de la historia. Posteriormente muchas de estas piezas tienen su reflejo en vaciados broncíneos a la cera perdida y coloreados de ricas tonalidades mediterráneas, en complementariedad a la suavidad cromática, el aspecto pétreo y las texturas craqueladas trabajadas en material refractario, más cercano al carácter austero y reposado de las tierras castellanas.

Es esta época un tiempo de retrospección y catarsis, con claros tintes autobiográficos y un marcado sentimiento familiar, en especial hacia lo femenino, con su madre y su abuela como puntales de vida. Los referentes personales sirven como excusa para invocar a la mujer universal, una mujer en parte incomprendida, en ocasiones maltratada —aunque no siempre en el sentido físico de la palabra– y por momentos solitaria, unida a una labor frecuentemente menospreciada por la sociedad aun siendo el pilar del hogar y la tradicional hacedora de los quehaceres domésticos, de la formación de la descendencia y de la transmisión de costumbres y tradiciones. Es así como con sensibilidad y dulzura, con valentía y entereza se forma el carácter fuerte de Amelia, como las piedras castellanas, sólidas y duraderas sobre las que levantar muros

Las dos figuras que conforman Condición femenina (1999) son el primer eslabón de una serie de esculturas que rinden tributo a la condición femenina e indagan en el tema de la sororidad o la ayuda mutua entre mujeres; un apoyo silencioso, solemne y sustentado por el respeto y el orgullo. Frente a las proporciones reales de estas primeras incursiones escultóricas, con el paso del tiempo estas donas se tornarán cada vez más esbeltas, alargando sus cuerpos hacia proporciones ajenas a lo humano y simulando los troncos de los árboles, con los pies firmemente enraizados en el suelo y su crecimiento recubierto de cortezas, que moldean las siluetas y conforman sus atuendos. Son estos paños escenarios en los que se despliega toda una serie de símbolos y grecas de diferentes influencias espacio temporales; así por ejemplo, espirales geométricas egipcias pueblan algunas piezas, círculos celtas otras.

Y es que Amelia es una viajera curiosa e incansable, amante de ritos y costumbres de la antigüedad. En su taller abundan las tallas y las máscaras de diferentes procedencias, modelos de referencia en los que se basa para dotar a cada una de sus piezas de sensaciones y raigambres recolectadas aquí y allá; formas atemporales que han prosperado en el devenir de las cuencas de los mares y de las extensiones europeas o del oriente medio, en llanuras, selvas y desiertos. Sus esculturas son un crisol de influencias donde se funden ecos de las venus prehistóricas —en las figuras de menor tamaño– y el ancestral culto mediterráneo a la columna; el hieratismo ritual egipcio; el sutil descaro clásico de las korai griegas que exhiben sus formas jóvenes al compás de la procesión; la solemnidad oriental y el despertar de la gracia medieval, objeto de constante estudio por parte de Amelia desde sus primeros años de formación. Entre estas mujeres de barro y metal cabe mencionar la síntesis formal, casi esquemática, de A la espera (2001); Confidencias (2008) en la que dos mujeres embarazadas exhiben sus sensuales curvas preñadas en un homenaje a la maternidad, o la vertiginosa belleza de la sutil y elegante Mujer en verde, también de 2008.

grupo escultórico «penélope»

Ante todo, Amelia reivindica la individualidad y la unicidad de las obras —Hay que dar a las formas la vida y el derecho a una existencia individual (Malevich)–, pero según reconoce, las figuras le piden agruparse, participar unas de la compañía de otras y comunicarse en sus discursos estético y social. Es aquí donde nacen los grupos escultóricos Retorno (2003) y Penélope (2005). La primera de estas instalaciones la componen cinco presencias de estética primitiva que representan a los miembros de su familia y que habría que leer como la reafirmación del amor familiar tras años de distancia física y proyectos personales. En la segunda de ellas se muestra a una Penélope serena y orgullosa que, junto a su vástago Telémaco, esperan expectantes el regreso del amado Ulises. A su alrededor, sus pretendientes le ofrecen presentes en espera de una elección que choca en el muro de la defensa y el respeto del espacio familiar.

Entre las obras que suponen un hito en la madurez artística de Amelia García se encuentran Soledad I y Soledad II, dos alegatos contra la violencia doméstica en los que sendas esculturas femeninas se cubren la cara con las manos, sintiéndose avergonzadas, doloridas…, y Katia y Mamá, dos figuras frontales que, pese a sus nombres, representan la unión y la ayuda universal entre las mujeres. Estas piezas fueron creadas entre los años 2007 y 2008 y en ellas asistimos al advenimiento de la figura completa en la obra de la artista, a la figura con rostro, con aptitud retratística. El mejor exponente de esta época tal vez sea Ausencia, un amoroso abrazo materno-filial que muestra la individualidad de las personalidades con sus pies apuntando en direcciones opuestas y, a la vez, su mutuo apoyo en una bella escultura de movimiento en espiral y claras reminiscencias estéticas de la talla gótica.

cabezas de bronce

Si hasta este momento las estatuas de Amelia García habían representado gentes anónimas —en cuanto a su falta de representación facial– que se servían de las tenues curvas de sus cuerpos y los discretos movimientos de sus extremidades para dotar de expresividad su sosiego existencial; es en torno a 2006 cuando la artista va un paso más allá en su búsqueda de la identidad y la honestidad personal y comienza a profundizar en las expresiones faciales a través de una colorista serie de cabezas moldeadas en barro refractario y vaciadas en bronce años después. Es en estas piezas, quizás por su reducido tamaño, en dónde el espectador mejor puede apreciar la textura de la chamota. Este material dota al resultado final de valores táctiles de gran riqueza como se puede apreciar en la poética Cabeza de niña y, sobre todo, en la serie de homenajes tricéfalos de las Corals de Balears.

Fragmento de una obra pictórica de Amelia Sánchez con textos y una lágrima de porcelana roja.

detalle pictórico «lágrimas, LÁGRIMAS, LÁGRIMAS...»

En la primera década del nuevo milenio también asistimos a la apertura de una nueva vía en el diálogo artístico de Amelia. De esta época son una serie de trabajos que tienen como protagonista el color blanco e investigan la tridimensionalidad en el lienzo, mezclando técnicas pictóricas con materiales cerámicos como el esmalte o la porcelana. Esta serie de trabajos se resumen sentimentalmente en el poema lágrimas, lagrimas, lágrimas…* que, aun sin ser poeta, la artista escribió en 2007 influenciada por la métrica de sus admirados Kadafis, Alberti y Miguel Hernández. El  poema se titula igual que la obra a la que presta su nombre, un gran lienzo blanco que reproduce los dolorosos versos trufados con lágrimas de pasta cerámica, rojas como la sangre de las mujeres maltratadas a las que aluden las palabras. Así mismo Invisibilidad y la instalación Mujeres rotas, ambas de 2008, también hermanan pintura acrílica con pequeñas figuras incompletas de porcelana en sus alegatos contra la omisión femenina y la violencia de género respectivamente. En esta línea también se leen las flores porcelánicas que pueblan algunas de sus pinturas (Asimetría, 2007) y esculturas (Dona blanca con cenefa, 2007) y que representan un homenaje y recuerdo a las víctimas de la violencia machista, sobre todo en un momento en que los noticieros nos hablaban cada día de los asesinatos de Ciudad Juárez.

bocetos para relieves

Siguiendo por la senda de dar vida al volumen en el espacio bidimensional, en este momento asistimos a la creación del nuevo rumbo de la obra de Amelia y su búsqueda de la universalidad tras su tránsito por caminos más personales. En la serie de relieves en los que la artista trabaja en estos momentos y que próximamente verán la luz, las figuras se procesionan en diferentes estratos de terreno recordando a las composiciones de El Greco y las escenas costumbristas de Sorolla, con el paisaje castellano de fondo y una raíz de ritos estacionales subyacente a las capas de papel de las conforman. Por la mente de Amelia rondan una vez más las palabras igualdad, visibilidad, solidaridad…